Por Mario Suárez Simich
Hay historias, que vemos o leemos, cuya trama queda anclada en nuestra memoria y a las que volvemos a lo largo de nuestras vidas para revivir la impronta que nos dejó. Pero si uno es escritor, suele a veces caer en la tentación de hacer nuestra una de esas historias ya para contar el antes, el después, o colocar a uno o más de sus personajes en una trama diferente para ver cómo se desenvuelven desde nuestra perspectiva narrativa. Esta es la génesis de la novela que vamos a reseñar.
La editorial Barba Negra acaba de lanzar una nueva novela del escritor Miguel Ángel Rodríguez Sosa titulada El hombre que soñaba con Ítaca, (mayo, 2024). El autor ha publicado varias novelas históricas y ha debutado con acierto en el género policial con Adalmiro y la Valkiria, (2023). Por estos antecedentes, no sería equivocado sostener que los géneros histórico y policial nutren la narrativa de su última entrega, pero creemos que el texto va más allá de la simbiosis de géneros para proponernos una interesante “intertextualidad” de la cual resulta una curiosa e interesante novela que no es lo uno ni lo otro, sino algo diferente.
Rodríguez Sosa ha tomado del cine, de la película española La Sombra de la ley, estrenada en 2018, a dos de los personajes principales de su novela: el vasco Aníbal Uriarte y la anarquista catalana Sara Ortiz (que su novela son el vasco Aitor Ibarra y la anarquista Sara Lliró). Esta película es un thriller inspirado en el cine negro que narra las peripecias de un agente de la inteligencia militar infiltrado en la policía catalana para descubrir a los autores del robo de un tren que transportaba armas en la España de 1921. La película tuvo a los críticos divididos en sus opiniones, pero fue un éxito entre los aficionados al cine negro.
Con la carga vital de estos personajes de cine como materia prima narrativa, el autor alarga la peripecia existencial de ambos (una recreación de hechos que es posterior al “tiempo” del film) con los sucesos de la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Las dos décadas y media que se cuentan son una odisea, un largo viaje por un mundo en guerra al que están condenados a vivir y obligados a sobrevivir por algún designio o castigo divino. Es por eso que también están intertextualizados tanto la Odisea de Homero como Guerra y Paz de León Tolstói. Pero a diferencia de su narrativa histórica anterior, El hombre que soñaba con Ítaca tiene otra naturaleza, otra poética.
“Yo seguí en lo mío y tú en lo tuyo, y ya ves, aquí estamos, como si el tiempo fuera circular y el pasado no ha pasado, lo traemos al presente, que es lo que nos queda, porque del futuro qué se puede esperar.” (Págs. 98-99)
Ésta parece ser la poética que cimenta la novela. En un concepto así de vivencial del tiempo, donde solo existe un presente perpetuo, el concepto tradicional de lo histórico en narrativa, la interrelación entre el ayer y el ahora, se ve trastocado por una reflexión interior y personal sobre ese “presente” que es sinónimo de guerra. Producto de esa reflexión salen las mejores páginas de esta novela; alejado del narrador enciclopédico que funciona con eficacia en las otras novelas históricas del autor, el narrador de ésta cavila (o intenta hacerlo) sobre el destino, la vida, la muerte, el amor, el sacrificio con una prosa preñada de imágenes poéticas. Lo histórico es, en cambio, un gran escenario bien construido, pero no indispensable para la historia, ya que la esencia de lo narrado podría montarse en cualquier otro.
Otro acierto de la novela es que el “préstamo” de estos personajes está tan bien integrado en el texto que el lector no necesita saber su origen ni ver la película para disfrutar de su lectura ni comprender la trama. Las referencias a 1921, año en que se desarrolla el film, son contados por el narrador como recuerdos o anécdotas y constituyen solo una parte del total de la vida que va contando, construyendo, y que como totalidad tienen un sentido diferente (propio) al del celuloide. El personaje Aitor Ibarra es un hombre sin creencias ni credos políticos que es arrastrado por un sino adverso y que acabará luchando en todos los bandos enfrentados desde el gobierno de Primo de Rivera a Francisco Franco, diferente al Aníbal Uriarte de la película; La anarquista Sara Lliró tampoco es la misma que la Sara Ortiz del film, como no lo es la historia de amor entre ambos.
Rodríguez Sosa se aleja del Perú, ámbito en el que se desarrolla toda su narrativa y escribe esta novela en clave española que, por su confección, giros idiomáticos incluidos, podría ser de las que allá se escriben sobre la guerra civil y cuyo corpus es casi un género por la cantidad y calidad de textos. Es importante señalar y analizar este alejamiento en el contexto de lo histórico que tiene la novela. La polarización política mundial, reducido casi al esquema en dos bandos incapaces de comunicarse y llegar a acuerdos, es un rasgo común que, con sus variantes locales, se da en todas las sociedades. No es aventurado por tanto pensar que estas circunstancias pueden llevarnos a un enfrentamiento civil. Y para el autor el modelo fratricida hispano, como referente histórico, es la guerra civil española.
Ante esa guerra que podría estallar en cualquier momento, el autor propone un antihéroe que sin pecar de cinismo descree de los credos y la fe de ambos lados, y que cuya única y última esperanza en ese mundo en autodestrucción es llegar a la primigenia Ítaca que anida en cada uno de nosotros, y mucho mejor si esa Ítaca tiene nombre de mujer.
Publicado en el portal www.sintregua.net