Descripción
El relato comienza in media res o “apertura inmediata”: «–JEFE, ¿USTED CREE que ha sido la gringa? ––¿Por qué lo preguntas? –Contestar con otra pregunta, un rasgo de su personalidad de pesquisa» (p.7), para luego tomar una narración lineal con abstracciones que son al mismo tiempo flashbacks por parte el comisario a cargo de la investigación quien se remonta en la reconstrucción del crimen pasional del “Condesito” Pedro José López de Restrepo y Sánchez de Riego, aparentemente a manos de Sigrid Schmidt, su amante, hija de un alemán nazi asentado en Lima, y esposa del adinerado abogado Manuel Antonio Lóriga. Un crimen extraño de cinco tiros. «Una coartada común demasiado perfecta», como supone Adalmiro Sifuentes, porque algo no cuaja, algo no encaja.
En la proporción necesaria, Adalmiro Sifuentes es descrito por su asistente, Fermín Artaza “Aceituno” –y esto es mérito técnico del narrador–: «Ni que usted fuera blanco, jefe. Por eso está en la Brigada. Si no, fuera oficial de la Guardia Civil» (p.8). Pero el narrador omnisciente se encarga de cerrar el marco del retrato del personaje principal: «Cuando egresó de la ENIP, en diciembre de 1957 con el distinguido segundo puesto de su promoción, empezó a cultivar un bigotito recortado, estrecho y afilado que destacaba su sonrisa; pero sonreía mejor con los ojos, de mirada sagaz y alerta.» (p. 10). O cuando se lee en la página 41: «No era Adalmiro un hombre inclinado a las disquisiciones abstractas; lo suyo era el pensamiento concreto sobre hechos y cosas concretas –había leído en algún lugar– y su profesión de detective policial le brindaba la convicción de que eso era lo realmente importante. No era dado a filosofar, pues. Pero mientras conducía por las calles poco transitadas en domingo no pudo evitar una reflexión que se demoraba en presentarse». En realidad, no cabría otro tipo de perfil a nuestro personaje.
Adalmiro y la valkiria rebasa el reporte policial y cumple con los requisitos de la novela policiaca. Ambiente oscuro y de atmósfera de cigarros (aquí los Chesterfield, Camel, y cigarrillos Nacional Presidente, juegan simbología psicológica-social y jerárquica importante). Así como Dashiell Hammett en El halcón maltés cumple con su cometido de ambientes de los años 30 pero también de San Francisco, la novela de Rodríguez Sosa es peruana, y limeña, y de su época. Aunque Adalmiro Sifuentes no sea Sam Spade, pues el primero, además de no ser tan rudo, lleva un hálito enamoradizo y casi de obsesión por Sigrid Schmidt.
Sinopsis de Adalmiro y la valkiria
El relato comienza in media res o “apertura inmediata”: «–JEFE, ¿USTED CREE que ha sido la gringa? ––¿Por qué lo preguntas? –Contestar con otra pregunta, un rasgo de su personalidad de pesquisa» (p.7), para luego tomar una narración lineal con abstracciones que son al mismo tiempo flashbacks por parte el comisario a cargo de la investigación quien se remonta en la reconstrucción del crimen pasional del “Condesito” Pedro José López de Restrepo y Sánchez de Riego, aparentemente a manos de Sigrid Schmidt, su amante, hija de un alemán nazi asentado en Lima, y esposa del adinerado abogado Manuel Antonio Lóriga. Un crimen extraño de cinco tiros. «Una coartada común demasiado perfecta», como supone Adalmiro Sifuentes, porque algo no cuaja, algo no encaja.
En la proporción necesaria, Adalmiro Sifuentes es descrito por su asistente, Fermín Artaza “Aceituno” –y esto es mérito técnico del narrador–: «Ni que usted fuera blanco, jefe. Por eso está en la Brigada. Si no, fuera oficial de la Guardia Civil» (p.8). Pero el narrador omnisciente se encarga de cerrar el marco del retrato del personaje principal: «Cuando egresó de la ENIP, en diciembre de 1957 con el distinguido segundo puesto de su promoción, empezó a cultivar un bigotito recortado, estrecho y afilado que destacaba su sonrisa; pero sonreía mejor con los ojos, de mirada sagaz y alerta.» (p. 10). O cuando se lee en la página 41: «No era Adalmiro un hombre inclinado a las disquisiciones abstractas; lo suyo era el pensamiento concreto sobre hechos y cosas concretas –había leído en algún lugar– y su profesión de detective policial le brindaba la convicción de que eso era lo realmente importante. No era dado a filosofar, pues. Pero mientras conducía por las calles poco transitadas en domingo no pudo evitar una reflexión que se demoraba en presentarse». En realidad, no cabría otro tipo de perfil a nuestro personaje.
Adalmiro y la valkiria rebasa el reporte policial y cumple con los requisitos de la novela policiaca. Ambiente oscuro y de atmósfera de cigarros (aquí los Chesterfield, Camel, y cigarrillos Nacional Presidente, juegan simbología psicológica-social y jerárquica importante). Así como Dashiell Hammett en El halcón maltés cumple con su cometido de ambientes de los años 30 pero también de San Francisco, la novela de Rodríguez Sosa es peruana, y limeña, y de su época. Aunque Adalmiro Sifuentes no sea Sam Spade, pues el primero, además de no ser tan rudo, lleva un hálito enamoradizo y casi de obsesión por Sigrid Schmidt.
Valoraciones
No hay valoraciones aún.